Él trabajaba con su padre en el huerto, cultivando y
cosechando vegetales, también poseían animales, grandes y pequeños, los necesarios
para poder alimentarse. Pasaba todo el día en aquellos lugares desde la llegada
de su hermana y sobrina, evitando tener contacto y relación con la infante; sin
embargo sus pensamientos aumentaban a medida que se alejaba y se encontraba en soledad,
cuestionándose realmente sus sentimientos y preguntándose el por qué sucedía.
La pequeña continuaba con aquella emoción extraña, quería
conocer más al hombre que tanto la inquietaba, jugar y hablar con él, contar
sus anécdotas y oír sus historias, ella deseaba su atención. Por ello, se acercó a su abuelo indicando un
interés por aprender a trabajar con la tierra y tratar con los animales, como
cualquier niña, gustaba relacionarse con estos, fuesen grandes como el caballo
o pequeños como los conejos.
Todos los días iba tras su tío, por la mañana a darle
alimento a los animales y por la tarde a trabajar en el huerto, en todo momento
intentaba llamar su atención y lo lograba. Él respondía cada pregunta, le
enseñaba lo que debía hacer y qué era mejor, ambos permanecían muy juntos sin
siquiera notarlo, sintiéndose muy cómodos, como si desde siempre estuviesen
conectados, unidos de alguna manera.
Ella estaba feliz de compartir con él, de aprender todos los
días cosas nuevas, sea de los animales o de las plantas, pues su intención era
conocerlo más.
Sin embargo, pese a que ambos se sintieran tranquilos y
completos, él por su parte todas las noches se recordaba que ella era menor, que era
una niña y por más que esperase a que la pequeña cumpliese la mayoría de edad,
él siempre sería 15 años mayor. Por ello
volvía a alejarse, tratándola de manera más fría y seca, evitando a la niña
cada vez que podía y cuando no, se limitaba solo a responder sus preguntas.
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